viernes, 28 de junio de 2013

Cansancio


Nauseabunda camina el aroma de la poesía, nauseabunda y hermosa. Con los cabellos desarreglados y un cigarrillo en la boca. Obsesionada con modelos scorts que se desnudan por el placer de hacerlo, saben que adictos como ella les llenan los bolsillos y las tetas y el culo mientras bailan. Dando rondas por la habitación con los pies descalzos. Con los lentes rayados y sin dinero en los bolsillo. Sin libertad en las manos, siempre presas de una ansiedad por escribir, sudan y tiemblan como jonkies tirados en medio de la avenida o debajo de un puente. Qué desear más que un verso, uno que salga al menos de los besos al viento, de los parpados llenos de la fétida nostalgia. Hay música, como siempre la habrá bailando en el aire con solemnidad, Barenboim  tocando una sonata de Beethoven (eso es más que un lugar común, es más de lo que yo mismo podría decir sobre la belleza). Es tarde en la noche y la oscuridad brilla con la luz de la bombilla.



Todos los días la misma mierda. La noche se alarga en líneas escritas sobre blogs que nadie lee. El café lo bebo lento para no quemarme, siempre con alguna medida de ron (a veces sólo ron) y pensar y pensar, escribir y escribir. Querer salir de la fraternidad entre mis pasos y las calles, querer ver más allá de la profecía del buen día de mi madre. Las esquinas llenas de muertos coronados con flores sobre sus tumbas, todos menores de veinte años, todos conquistaron lo que se debía o lo que tocaba en este barrio. Traspasar el umbral con vida después de ese tiempo es verse en medio de la nada; ya se ha vivido todo y no morimos. Qué nos espera. Qué podemos hacer con la vida cuando no la agotamos en la medida que corresponde con ella misma. Quienes han sobrevivido llevan a sus familias al parque los domingos. Trabajan henchidos de anécdotas y quejas. Las jóvenes llenas de hijos antes de los dieciocho sin siquiera poseer la esperanza de darle una vuelta al mundo (o quizá ya la dieron a uno más chico y es mi ambición y misantropía la que lo niega). “Vive rápido muere joven”, nadie nunca habló de sobrevivir.



Amapolas de color de rosa crecen entre mis dedos mientras escribo. Me elevan con su aroma, como una droga aquieta mis nervios que, saltan como un perro jugando con una pelota durante el día, durante las horas en que me desvanezco para ser otra cosa que no soy, otra cosa que hay escrita en la hoja de vida y que actualizo en la red y presento en oficinas de fascinante olor a fabuloso. Nunca mi casa llega a oler como una oficina de esas aunque mil veces trapee mi madre y me mande repasar a mí. Soy yo, Andrés con cédula de ciudadanía tal y tal, con estudios en esto, esto y esto y sin ninguna experiencia aunque tenga la vida revuelta en poesía, escrita en las paredes y en mis manos, como si no fuera experiencia beber solo por las calles de esta ciudad llena de cólicos. Experiencia hay en mi piel perdida en placer, en mis nervios corroídos por el café. He trabajado en mis líneas cada noche pero ello no cuenta. A nadie interesa, eso no cuenta como buena obra en el corazón del nuevo Osiris.



El campo fértil de palabras me alimenta. No pone pan en la mesa, es una lástima, pero es una lacónica esperanza que algún día lo haga. Un verso casi siempre me salva el día, un nuevo nombre, un nuevo poeta, un nuevo libro, una nueva modelo cariñosa por webcam. No hay mucha necedad en mí para realmente hacer algo. Sólo hay el suficiente aburrimiento. Suficiente mundo moderno. Suficiente belleza que se desliza por los dedos de Beethoven, suficiente aroma alucinógena que se desliza por mis dedos… estoy cansado.

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