El televisor encendido, a todo volumen. Mi sobrina juega y la abuela grita. La
noche es fastidiosa. Mi cuerpo suda, la pantalla del portátil hace brillar el rostro; me muerrdo los labios, pupilas dilatadas, mirada lasciva. En el porno todos gritan, igual que en casa, el ruido es sinónimo de vida, todo es una locura. Sasha
en la pantalla me saluda. El ruido aturde mi cabeza, estoy tirado en la cama. Luego de un rato me levanto.
Veo desde la ventana, está junto a la biblioteca, y veo a través del
cristal y luego giro hacia los anaqueles de madera de la biblioteca. Afuera la luz naranja en el pavimento, las líneas blancas de la calle, un perro pasa oliendo entre el césped aquí y allá. Al otro lado, en los anaqueles de la biblioteca, está En el camino, Keurac. Pulp, Bukowski, una pequeña porcelana en
la que un joven toca una guitarra, algunas revistas musicales llenas de polvo,
un libro de Roberto Bolaño. Un vistazo a la ventana otro a la
biblioteca. Tediosa sensación. Llevo un jean y una camiseta blanca,
estoy descalzo. Bajo mi cama hay escondida una botella de
aguardiente, la saco y bebo un par de sorbos. Junto a la ventana invento poemas.
Una chica pasa, lleva unos pequeños shorts; trasero grande. La saludo con
una sonrisa, no la conozco. Responde amablemente con la mirada, sigue de largo.
Escucho el televisor que está en el primer piso y a la pequeña niña
repitiendo lo que escucha con gritos agudos. Me desespero un poco. Sofía ha vuelto, la universidad está detenida, y no tengo un trabajo. Mis
días avanzan, no mejoro en la poesía, bailo igual de torpe que antes y bebo
siempre que puedo hasta perder la memoria; la vida de ensueño, y estoy peor que la
última vez. Antes el futuro consolaba. El vigilante de la cuadra cruza en su bicicleta, me saluda levantando la mano, respondo con igual gesto. Tomo
un libro de la biblioteca.
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