martes, 28 de enero de 2014

Los Hermanos Cuervo, Andrés Felipe Solano


Los hermanos Cuervo frente a una flor en el Jardín Botánico, han esperado que florezca gran parte de la noche, en ese momento comprendí realmente –nos dice el narrador- que los Cuervo eran tan particulares como la flor de la Victoria regia. La novela de Andrés Felipe Solano es una búsqueda constante entre la cotidianidad, la violencia y la sed de victoria. Está escrita en tres partes, cada una distinta en su discurso narrativo y espíritu. Se enlazan mediante detalles sutiles. Aunque lo central pareciera ser los hermanos Cuervo, son las mujeres, Rosa Aragón y Beatriz Helena Sierra Aragón quienes sustentan todo; una con su actitud infranqueable y la otra por su ausencia.    

La novela empieza con la visita al Jardín Botánico en la que los jóvenes muchachos esperan para ver una flor extraña que sólo florece de noche. Con ellos está uno de sus compañeros quien hace la voz de narrador contándonos en primera persona, como testigo e investigador la vida de los Cuervo. Su extraña presencia de jóvenes pálidos y raros es comidilla en los pasillos del colegio, donde entran los Cuervo luego de ser educados en casa por la abuela. Las hipótesis sobre los cuervo se derivan en 1) Sexuales, 2) Las siniestras, 3) Las diabólicas, 4) Las marcianas. Poco a poco vamos escuchando cada una de ellas a lo largo de la primera parte. Sin embargo es para su compañero una obsesión que irá en aumento. Con ecos muy urbanos la primera parte de la novela habla de la Bogotá de los noventa, de la violencia y de la actividad de unos jóvenes obsesionados con construir una antología del mundo mediante enciclopedias.
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“Caí en su telaraña cuando ya había pasado la peor época de las bombas en las calle. Aun así nos sentíamos en plena guerra mundial. Todo a causa del apagón decretado por el Gobierno que recortó la electricidad de nuestras casas todas las tardes y noches durante más de un año. Si no estoy mal, la energía regresó a nuestros hogares en abril o mayo de 1993” Pag 29.
Hay un asombro constante que nace de las observaciones de su compañero (el narrador) sobre la forma de vida de los Cuervo, de las que hace comparaciones con la suya, creándose frustraciones. Los Cuervo parecen mucho más avanzados, independientes y sabios. Con ellos conoce el burdel que era mito en los pasillos del colegio, se inventan una banda llamada Las Monjas Muertas o una radio pirata en la que tocan su música favorita. Los Cuervo no viven el tedio de la vida moderna, trabajan en cosas no comunes, como ponerle cinta a las ventanas para que las explosiones de las bombas no quiebren los vidrios. Y no sólo eso, la abuela Rosa es un personaje tan infranqueable, tan duro como una pared y que se ha tomado la vida de sus nietos bastante en serio. De vez en cuando da unas caladas a un cigarrillo con el que recuerda a su marido. Aquel al que no le pudo dar un hijo varón, sino una hija, Beatriz, o Betty, quien es la madre de los Cuervo. Una madre ausente. Toda esta actividad que se ha llamado extravagantes, son la cereza de un pastel que se preparó tiempo atrás, en la propia vida de Rosa Aragón.

La primera y segunda parte parecen estar más enlazadas directamente entre sí, que la tercera, ya que la segunda obedece a un documento que se encuentra en la primera. La tercera parte nos llega sin mayor referencia directa, pero en su narración termina por aclararnos (si no darnos más preguntas) momentos de la vida de Betty, como la fotografía junto a un hombre que llama la atención en las primeras páginas.
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“Ese día en la biblioteca también hallé un libro titulado Grandes crónicas deportiva que incluía un extenso perfil sobre Vicente Aguirre, ese era su nombre. El tipo había sido campeón tres veces de la Vuelta a Colombia. De inmediato recordé lo que mencionó Priscila cuando me habló del entierro del abuelo. Además de parecer en la foto junto a Betty, el hombre había estado con Rosa en el cementerio”. Pag. 105
Los Cuervo para el cumpleaños regalan a su compañero y amigo una revista de ciclismo, algo sin importancia aparente. Luego, más adelante, le entregan una caja con regalos, entre ellos una fotografía de Betty junto a un hombre. Una noche hace la relación y ata cabos; el hombre que acompaña a Betty es el ciclista de la revista. Pero la revista ya no existe, su madre la botó junto a la pornografía que un día encontró. La investigación lo lleva hasta una crónica deportiva sobre la vida de Vicente Aguirre, un ciclista con vida de rockstar y talento imposible de igualar. El ciclista se construye a pulso, hasta hacerse al título del Ángel Exterminador y con él, al título del mejor ciclista de Colombia.  Su matrimonio con Susana Vieco, la posterior desaparición de ella y la vida decadente que vive el deportista en la guajira dueño ya de su pasado y una tienda, son también parte de la crónica.

Si la primera parte de la novela nos sonaba intimista, llena de asombro, hipótesis y ganas de vivir. La segunda es mucho más centrada; no hace reflexión ni comparación, a lo sumo trata de hacer conjeturas. Exhibe la vida sin adorno de Vicente Aguirre, junto a la voz de Rosa Aragón, esposa de León Sierra, uno de los mejores narradores de aquel deporte. Rosa se nos muestra como una mujer que hace cosas similares a los Cuervo, recortar fragmentos de periódico o fotografía sobre ciclismo. Tal vez movida por el mismo sentimiento que mueve a sus nietos a hacerse a una enciclopedia sobre edificios raros; el amor por crear un mundo para quien aman; Rosa para León; los Cuervo para su madre, la mujer que vive recorriendo el mundo como azafata, y visitando -¿por qué no?- lugares como los que ellos catalogan. 
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“Betty se sentía bien de estar lejos del frío, de su aburrimiento habitual, del silencio de su casa. Siempre le había parecido desproporcionada, una exageración cercana a la vulgaridad”. Pag. 173
La tercera parte se alza con la vida de Betty, un encuentro con Aguirre ya viejo y sin la presencia de su época de superestrella del ciclismo, también es lo último que sabemos de ella. Buscan a la mujer de Aguirre quien es una pieza fundamental en la segunda parte de la novela, una mujer que sufre de esquizofrenia y simplemente un día decide irse, sin más. Aguirre vivió con esa pena. Un paquete que recibió lo hizo emprender la búsqueda de nuevo. Al principio pensó que se trataba del abusador de su esposa, algún enfermo y sádico, dado que lo que recibió fueron unas bragas usadas, bragas que el reconoció como de su esposa. Luego se da cuenta de la verdad. Mientras eso sucede vemos a una Betty capaz de ser ella por sí sola, sin la voluntad de su madre. Quiere algo diferente, sin que eso sea mejor o peor de lo que tiene en casa. Betty y Aguirre tienen un encuentro amoroso. Betty quiere vivir, sin las nostalgias y rutinas de su madre. El camino es una limitada victoria, vivir tratando de hallarse sin reconciliación.

Los sentimientos de la búsqueda están por toda la novela. La nostalgia de algo que se trunca por razones que son propias de la vida; la enfermedad, la muerte, la rebeldía, la nostalgia. 

La  novela hecha de una forma muy consiente. Amarra la vida de estas personas y relata tres épocas distintas y de tres diferentes formas, sin que jamás el hilo se nos pierda, sin dejar de atraparnos por la fascinación de sus personajes. No pierde su voluntad de querer adentrarse siempre en la vida de los Cuervo. Como en una novela policíaca los pequeños detalles son los que importan; una fotografía; una revista; una flor; una crónica deportiva; un cigarrillo. La vida se vive sin hipótesis; corre como Aguirre, y es narrada por alguien como Sierra.

Andrés Felipe Solano se ha merecido el reconocimiento de la revista Granta como uno de los mejores narradores en español, y no es para menos, Los Hermanos Cuervo es de las mejores novelas que se ha escrito en este país. Luego hablaremos de él.